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Y fui más consciente que nunca.

Mis sentidos, atrofiados por noches de insomnio, humo y alucinaciones, volvieron a mi con rotundidad y ostentación.

Y fui más consciente de lo que en ese preciso instante me rodeaba. Del polvo acumulado en el escritorio. De lo triste de aquellos cuadernos abandonados, carentes de indentidad que les fue arrancada por despreocupación. Cuadernos cargados de respeto, que acabó secándose con el tiempo, cuadernos muertos.

Y fuí más consciente de mi misma, de los sonidos de mi cuerpo, de la sequedad y el amargor de mi boca, del movimiento caprichoso de mis dedos y de mi emoción. De una emoción inagotable, perenne, que me sume en un trance infiníto de goce y plenitud.. La que me empuja cuando mis pasos se hacen más pesados, la que me aventaja, la que me identifica, la que me inspira y me provoca, la que me hace querer más ....

Y fui más consciente de mi odio. De nuestro odio, y supe... que todo estaba bien

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